"El sistema democrático -entre comillas- tiene una bomba, y la bomba es el voto en blanco. Un cambio democrático puede nacer del uso conciente, muy conciente, del voto en blanco. Eso sería darle un susto, un susto tremendo al sistema electoral. A mí me gustaría que la ciudadanía le diera un susto muy fuerte a la clase política con el voto en blanco. Así se tenga el 80 por ciento de abstención, el sistema seguirá funcionando, pero qué ocurriría, ¿qué haría un gobierno si se encuentra con un 80 por ciento de votos en blanco?"
José Saramago

viernes, 25 de junio de 2010

LAS ELECCIONES DEL 20 DE JUNIO Y EL VOTO EN BLANCO (LA IMPORTANCIA DE SER MINORIA)

Por: Marino Canizales.

En materia de luchas sociales y políticas, muchas veces, no sólo es bueno sino necesario estar en minoría. “Engels decía que Marx y él habían permanecido toda su vida en minoría y que la habían pasado muy bien en ella” – comenta Trotsky en su “Moral y la nuestra”. Hoy los socialistas, dentro y fuera del Polo, en esta época de confusión y reacción política, debemos sentirnos igual. No es el momento para el desánimo y la decepción y, mucho menos, para las engañifas moralistas al estilo Mockus.

La última jornada electoral del 20 de Junio, nos dió la razón: el voto en blanco, como voto de opinión a la vez que de repudio a las dos candidaturas del establecimiento Uribista a la presidencia de la República, obtuvo 448.000 votos sufragios, doblando la cifra de los depositados el pasado 30 de Mayo. La baba abstencionista, como expresión del atraso y la sin política, no tuvo nada que decir. Algunos le colgaron el mote de “activa” sólo para ocultar con pena ajena, su desastrosa política en el curso de la campaña. El voto en blanco nos permitió no sólo hacer política y agitar ideas, sino también, mantener nuestra identidad a pesar del unanimismo y la borrachera electoral.

Juan Manuel Santos salió airoso, pero no hubo voto libre. Los nueve millones de votos que fueron depositados a su favor en la urnas, son el resultado del asistencialismo como chantaje y como empresa electoral, organizado y controlado desde el alto gobierno. La suya fue una popularidad fabricada a partir de la manipulación de las necesidades y estrecheces de 2´600.000 familias en acción, de cientos de miles de madres comunitarias y de guardabosques, de millones de desposeídos y marginados, censados y vigilados por medio del Sisben, de los miles de informantes y miembros de la vigilancia privada, que hasta cuentan con una superintendencia nacional y, como si lo anterior fuese poco, de los cientos de miles de familias de la policía nacional y las fuerzas armadas hacía cuyos miembros, al final de la campaña, se hizo especial énfasis prometiéndoles devolver el fuero militar y la restauración de la justicia penal militar para el juzgamiento de sus crímenes y delitos. En esto último, los dos candidatos presidenciales, el Procurador Alejandro Ordóñez, el presidente Uribe y el Fiscal general de la Nación actuaron de consuno, con gran apoyo y despliegue de los medios de comunicación.

Ni que decir tiene lo relativo al respaldo del gran capital y sus flamantes chequeras, tanto nacionales como multinacionales. Imposible dejar por fuera de esta gran caricatura de democracia, la presencia eficaz de los barones electorales promotores de la corrupción y la compra de votos, y las jurisdicciones electorales de hecho controladas por el crimen organizado y el paramilitarismo, que en provincia juegan, como en el pasado, un gran papel a través de la amenaza y la coacción sobre el votante. La propuesta de “Unidad Nacional” de Juan Manuel Santos y Angelino Garzón, no sólo es una manifestación abigarrada de continuismo uribista, sino ante todo, la expresión mas condensada de la Pax de la seguridad democrática que personifica y define al actual régimen político del presidente Uribe Vélez. Régimen que, como bien lo ha caracterizado Ricardo Sánchez en diversos ensayos y artículos de prensa a lo largo de sus ocho años de vigencia, es una expresión política y social del bonapartismo presidencial. Soy de la opinión que, con Juan Manuel santos como presidente, el carácter de tal régimen político no cambiará: su gobierno acentuará unos rasgos y modificará otros, pero será una presidencia con el talante autoritario que ya conocemos; como que él y sus tres años como ministro de defensa del actual presidente tiene una gran responsabilidad en la conversión del estado Colombiano en un estado policíaco, con todo su cortejo de abusos, crímenes y violaciones de los derechos humanos.

Sin embargo, se equivocan quienes ven en él y en su divisa de la Unidad Nacional una propuesta demagógica y para la galería. Está claro que buscará una redefinición de las relaciones interburguesas, y que no será un simulacro y, mucho menos, el escudero del presidente saliente. Pensar así, sería tanto como olvidar que tal personaje expresa y representa específicas relaciones sociales y de poder. Debe recuperar el rumbo de los negocios y replantear las relaciones comerciales y diplomáticas con los países vecinos. Romper el aislamiento internacional del Estado Colombiano, está claro, es uno de sus principales objetivos, pero manteniendo el centro de su mirada y atendiendo los dictados del Departamento de Estado y del gobierno norteamericano.

La fachada civilista que predica el presidente electo y el “rostro humano” de su vicepresidente Angelino Garzón, le servirá no sólo para mantener el actual modelo de acumulación de capital, sino también, para fortalecer la cohesión de las fuerzas armadas, reafirmándose como su líder y protector. Los nueve millones de votos obtenidos, a pesar de su carácter espúreo, servirán para afianzar la legalidad del régimen político, pero no le otorgarán legitimidad alguna, ya que esta última la determina el respeto y garantía de los Derechos Humanos, de cuyo desconocimiento y violación él es en gran parte responsable, verbigracia, por los crímenes de estado o “falsos positivos”.

Además, nada positivo puede esperarse, para los intereses y demandas de los de debajo, de una coalición de gobierno conformada por alianzas y respaldos de quienes también sirvieron de sustento al gobierno de Uribe Vélez, incluido el partido liberal. Al respecto, basta mirar el lamentable cuadro del nuevo Congreso de la República, donde el nuevo gobierno tendrá amplias mayorías y una débil oposición, cuya gran parte de sus miembros resultaron elegidos utilizando el fraude, la compra de votos y el clientelismo.

Visto lo anterior, nada más repugnante que la decencia y la moral de los uribistas de nuevo cuño, incluida la decencia del candidato de las acotaciones y sobresaltos: el señor Antanas Mockus. Los rasgos de su programa y su personalidad política ya los expusimos en nuestro manifiesto “No hay por quien, el 20 de Junio: vota en blanco”. Aquí, sólo resta decir que estamos ante un gran simulador: su moral y su decencia sólo le sirven para encubrir la dimensión reaccionaria de su carácter y la de quienes lo acompañan en la dirección del autoproclamado Partido Verde. Su independencia y deliberación, que no oposición, frente al próximo gobierno de Santos y Angelino, no son más que expresiones de un continuismo vergonzante ejercido desde el mismo lado del uribismo, el cual pretende competir por el control político de las regiones ante la bancarrota del bipartidismo liberal – conservador, que escasamente obtuvo el 10% del total de los votos depositados en la jornada electoral del 30 de Mayo.

Su moral le sirve hasta para decir, ahí sí, sin balbuceos, en uno de los debates acerca del tema del fuero militar ante las cámaras de televisión: “el general Augusto Pinochet pudo haber tenido razones para ordenar asesinar a 3.000 personas, y auque pudo haber hecho cosas buenas por el país, se sobrepasó y tuvo que pagar” (El Tiempo, viernes 11 de Junio/10). En ese mismo debate ante Juan Manuel Santos, calificó a éste como “una figura emblemática en Colombia”, a quien recibiría en su eventual administración, pero “sin los corruptos que lo rodean y apoyan”. Al señor Mockus, su abstrusa moral, que por abstrusa, no es menos reaccionaria, le lleva a despojar al presidente electo de sus rasgos de clase, de su condición de plutócrata y jefe de la patronal. Para este difuso y confuso filósofo, sólo basta cambiar el lenguaje para cambiar la realidad, por ello, en su cacumen y después de muchos embrollos verbales, Juan Manuel Santos termina convertido en una figura por encima de la lucha de clases, el cual debe ser aceptado como propio por los pobres y los ricos, dada su calidad aséptica. Ni hablar de su programa económico y su propuesta de paz.
!Por eso fue positivo votar en blanco¡

Marino Canizales
Junio 23 del 2010